miércoles, 20 de junio de 2007

El Nacimiento de Xavier


…Faltando dos días para cumplir las cuarenta semanas de embarazo, mi útero empezó a trabajar para que mi hijo llegara al mundo. Desde el inicio sentí la intensidad y la armonía que hay en el milagroso trabajo de parto. Primero las contracciones vinieron un tanto alejadas y con una intensidad mínima, pero la suficiente para darme a entender que el gran momento había llegado. Era de noche por lo cual intenté descansar para tener suficiente energía para el maravilloso trabajo que tenía por delante. Luego de unas cinco horas, el descansar se me hizo prácticamente imposible, mi cuerpo me pedía movimiento y cambio de posición, por lo tanto, me dediqué a escucharlo y fui probando lo que me parecía entender era necesario para ayudarlo. El entrar en la regadera fue un gran alivio, el estar a gatas dentro de ella para que el agua llegara a la parte baja de mi espalda que ya acusaba el rigor del esfuerzo físico que requiere el parir, fue una verdadera delicia. Cumplidas ocho horas de trabajo de parto, me contacté con mi ginecólogo y nos pusimos de acuerdo para encontrarnos en el hospital dentro de dos horas (a las ocho de la mañana), a esas alturas el moverme ya se me hacía muy dificultoso, además lo que quería era desconectarme del mundo y dejar a mi cuerpo trabajar libremente. No sin esfuerzos llegamos al hospital y yo con la clara sensación de querer pujar, por lo cual supe antes de que lo confirmaran con un examen, que estaba con dilatación completa, lista y dispuesta para empujar a mi hijo a la vida. Apenas ingresé me metí en la tina de agua caliente y fue maravilloso notar como las molestias pasaron por completo, logré dormirme algunos segundos entre las contracciones y recuperar vigor para empujar con todas mis fuerzas.
Podía sentir cada fibra de mi ser esforzándose, trabajando al límite de sus posibilidades para traer a mi hijo al mundo, cada pujo me generaba un ola de placer, ¡Sí, de placer! Pujando las molestias pasan y te acercan a la llegada de tu hijo. No recuerdo cuantos pujos fueron, lo que sí sé es que no fueron muchos, con mi mano toqué la cabeza de mi hijo, ya estaba ahí, un esfuerzo más y su cabeza salió… Es indescriptible el éxtasis que experimenté en ese minuto, creo que un grito ronco y profundo de alegría escapó de mi garganta, ahí estábamos dándole la bienvenida a nuestro querubín, otro pujo y estuvo completamente fuera de mi cuerpo, ya había nacido, lo tomé con ambas manos, lo alcé y lo abracé. Llorando de la emoción lo puse de frente a mí y pude conocer y reconocer cada centímetro de su cuerpo. Mi esposo cortó su cordón umbilical también transido por la emoción ante la grandeza que estábamos viviendo; el pediatra lo evaluó estando aún en mis brazos, nadie se lo llevó para hacerle nada, estaba en el mejor lugar que podía estar: en brazos de su madre y su padre. Fue la experiencia más sublime, un algo indescriptiblemente bello, difícil de describir. Una sensación maravillosa, embargó todo mi ser. Nos disfrutamos un momento más, aún dentro del agua y, pasados algunos minutos salimos estrechamente juntos, juntos para poder iniciar otra nueva experiencia, la lactancia. Mi hijo es un campeón en todos los aspectos, apenas habían pasado veinte minutos de su nacimiento y ya estaba firmemente prendido a mi pecho succionando con toda su fuerza. Mientras el se amamantaba, mi médico me revisó, me puso un par de puntos en un pequeño desgarro que tuve y recibió mi placenta, ambas cosas me pasaron prácticamente inadvertidas pues yo seguía extasiada admirando a mi hijo. Algo tan natural y profundo, en gran medida, hay que vivenciarlo, para entenderlo en su exacta dimensión. Por eso creo que toda mujer que haya sido madre o que esté en la búsqueda de convertirse en una, podrá identificarse perfectamente con mi vivencia. (S.N.P.)

1 comentario:

Nacho dijo...

Wow!!!!
Que lindo Relato!